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28/04/2023

​​​​Celebremos a nuestros árboles eafitenses: cómplices verdes
del quehacer institucional

En EAFIT, la naturaleza y los árboles son parte esencial de nuestro día a día. Los hemos resignificado para convertirlos en elementos esenciales de nuestra comunidad de conocimientos y saberes; nos conectamos con ellos y los integramos a nuestras actividades; y los valoramos y reconocemos como vecinos silenciosos, pero partícipes de nuestro quehacer académico, científico y humanista. A su sombra hemos crecido como individuos y como Institución, y por eso este 28 de abril, a propósito del Día Mundial del Árbol, les rendimos un homenaje. 

El sábado 22 de abril también se celebró el mundo el Día de la Tierra y en este especial,  a propósito de la Semana de la Sostenibilidad de Ciclo Siete, hacemos un repaso por algunas de las acciones, iniciativas y actividades que lidera la Universidad para reafirmar su compromiso con la sostenibilidad y la armonía con la naturaleza y nuestro planeta.​




 

Una Universidad que crece
y florece a la sombra de sus árboles​

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Los hay de todos los tipos, variedades y colores; los hay grandes y pequeños; jóvenes y ancestrales; hay de copas tupidas o ramas desnudas; están los que se enredan en las fachadas y los que se asoman curiosos a las aulas de clases de los pisos más altos; los que dan sombra en las plazoletas; o lo​​s que escuchan silenciosos a algún estudiante ensayar su instrumento musical en Los Pimientos.

También están, por ejemplo, las acacias que alfombran la entrada por la portería peatonal de Las Vegas y nos dan la bienvenida todos los días; el guayacán rosado​​ afuera del bloque 29 y que hace que muchas personas se detengan a sacarle una foto con sus celulares; el samán que, en medio de la cafetería central, nos acompaña a la hora del almuerzo; o la ceiba que, entre los bloques 26, 3 y 18, saluda con su sombra a los estudiantes, profesores y colaboradores que transitan todos los días por esta parte del campus.

Son más de 2.600 árboles y 500 especies las que cohabitan el campus junto al resto de la comunidad eafitense. Y si alguien las conoce bien, y en detalle, es Stiven Álvarez Álvarez, uno de los profesionales que está al frente del contrato de jardinería con el Jardín Botánico. 

Se trata de una labor en la que está apoyado por el Departamento de Planta Física, y un amplio equipo de ingenieros agrónomos, ambientales y forestales, un paisajista, y un grupo de jardineros, todos ellos comprometidos con el cuidado y la preservación de los árboles eafitenses, sus flores, y la fauna que los habitan.

 


 

¿Y cómo cuidamos los árboles en EAFIT?

Desde su consolidación como Universidad Parque, EAFIT se ha convertido en un pulmón verde para la ciudad. Por ese motivo, los profesionales del Jardín Botánico, apoyados por los de la Universidad EAFIT, trabajan de la mano para cuidar de cada uno de los habitantes verdes y silenciosos que habitan el campus.

Los ingenieros agrónomos, por ejemplo, brindan asistencia técnica varias veces al mes, revisan los árboles, verifican el control de plagas y recomiendan productos y cantidades para el manejo de estas. Luego están los ingenieros forestales, quienes nos ayudan a determinar el ciclo de vida de las plantas y, finalmente, los ingenieros ambientales se encargan, entre otras cosas, del tratamiento de los residuos peligrosos y de verificar que los agroquímicos utilizados no tengan un nivel alto de toxicidad. Todo esto sin olvidar la asesoría del Área Metropolitana del Valle de Aburrá.

“Los jardineros, por su parte, se encargan del mantenimiento y de la aplicación. Y nos acompaña el paisajista Jorge Mesa, quien nos guía en cómo sembrar, dónde hacerlo o que posibles intervenciones se pueden hacer en sitios nuevos. Es un trabajo integral en el que todos tenemos el mismo compromiso: cuidar nuestros árboles y zonas verdes”, explica Stiven.

 


 

Así mismo, cuando se están realizando construcciones u obras de infraestructura física, este equipo de protectores se encarga de hacer los correspondientes cierres y bloqueos para evitar que se toquen las raíces o se invadan los espacios de cada especie. Según nos explica Stiven, los árboles están tan adaptados a su sitio que retirarlos o moverlos implicaría su muerte. 

Un mundo verde que crece más allá de EAFIT

Los beneficios que nos brindan los árboles en EAFIT son incalculables, no solo a la hora de brindar sombra y ayudar a la pronta evaporación del agua, sino también al convertir al campus eafitense en un pequeño pulmón que, sumado a otras zonas y reservas de la ciudad, ayuda a disminuir la contaminación. Entender esta contribución ha llevado a la Universidad a ir más allá, participando en siembras que se realizan en otros espacios de Medellín.

Lina Rozo León, coordinadora de Gestión Ambiental, nos cuenta que, con el apoyo del Área Metropolitana del Valle de Aburrá, se han adelantado varias acciones como la creación de pacas de compostaje de residuos de comida al interior del campus, realizadas por los estudiantes del Núcleo de Formación Institucional en Cultura Ambiental.

 


 

También, en el marco del proyecto Prefiero un parque que un parqueadero, se reemplazó una celda de parqueo por un árbol y, de manera reciente, se hizo la siembra de varios árboles en la vereda Tres Cuchillas de Rionegro, en conjunto con la Fundación Másbosques, entre otras iniciativas.​

 

“Cuando uno trabaja cuidando plantas, estas se vuelven parte de la cotidianidad incluso por fuera de las horas laborales. Uno va caminando por Medellín y piensa ‘uy, a este árbol le hace falta una podadita’, o ‘qué pesar como tienen descuidados estos jardines’. Se vuelve un trabajo de tiempo completo”, Stiven Álvarez.

 

Nuestros árboles más icónicos

Desde la ceiba que abraza con sus ramas la plazoleta entre los bloques 26 y 3, hasta el bosque de bambú al lado del bloque 27. Sin olvidar los guayacanes rosadas, las acacias, o el samán que está en la cafetería central, EAFIT está llena de habitantes icónicos, arboles que han estado ahí, incluso mucho antes que el campus se convirtiera en lo que es hoy, y que, si pudieran hablar, nos contarían toda la historia institucional que han podido atestiguar. Acá hacemos un repaso por algunos de ellos.

Una ceiba nunca muere en invierno


Si tuviéramos que describir a la Ceiba diríamos que es el centro de nuestra Universidad Parque, es nuestro lugar de espera y de encuentro, de calma y de tiempo con nosotros mismos, es el lugar a donde los eafitenses siempre volvemos en busca de frescura y baños de sol, además de ser testigo de muchas lecturas, conversaciones y del surgimiento de nuevas ideas y proyectos. 

La Ceiba que se encuentra ubicada en el parque principal frente al Auditorio Fundadores recibe el nombre de 𝑪𝒆𝒊𝒃𝒂 𝑷𝒆𝒏𝒕𝒂𝒏𝒅𝒓𝒂. Desde tiempos precolombinos y en la época colonial este árbol estuvo presente en la fundación de muchos pueblos, usualmente sembrados en los centros de los parques, como símbolo de fundación de las ciudades. 

En Medellín tenemos varios ejemplares como el ubicado en la plazuela de San Ignacio. La importancia simbólica de la Ceiba como centro y punto de encuentro se da tanto en las ciudades como en nuestra U.  Los grandes tamaños que pueden alcanzar las Ceibas también las hacen ideales para que grandes aves rapaces puedan establecer sus nidos allí. 

Stiven Álvarez nos cuenta que una de sus particularidades es que nunca muere, sino que, una vez llega el invierno, comienza a reemplazar sus hojas con unas nuevas, paulatinamente, sin quedar nunca completamente desprovista de follaje.

El más fotografiado


Camila Martínez Aguillón, profesora del Área de Sistemas Naturales y Sostenibilidad del pregrado en Biología, resalta lo bonito e importante que es tener esta especie en el Campus y en Medellín ya que son especies nativas de nuestro continente.

El Guayacán Rosado (Tabebuia rosea) está presente en Centroamérica y Suramérica, especialmente en Colombia, Venezuela y Perú y aunque el Guayacán Rosado y Amarillo parecen a simple vista similares,

la profe nos cuenta que estudios han revelado que taxonómicamente presentan diferencias y son de dos géneros diferentes. 

Así mismo, el Guayacán Rosado es más predominante en tierras costeras, mientras que el Guayacán Amarillo crece en climas un poco más templados, por esto es más común encontrarnos tantos en nuestra ciudad y en Antioquia en general ya que necesitan un poco más de elevación para vivir.

En el caso del primero, cada vez que florece, se convierte en el sitio favorito de los eafitenses para tomarse selfies. Basta con entrar a redes sociales para comprobar como este árbol se roba todo el protagonismo.

El más viejo, el sobreviviente


En medio de la cafetería central está el árbol más antiguo de la U. Se trata de un samán (Pithecellobium Guachapele), que ha estado allí durante muchos años y que incluso sobrevivió la construcción de esta estructura, que tomó meses y alcanzó a generar algunos impactos en la planta.  Es originario de América tropical, predominando en zonas secas, y tiene una altura máxima de 25 metros, aunque en las ciudades puede ser menor. 

El visitante japonés

​La fundación Green Legacy Hiroshima se dedica a esparcir por el mundo las semillas de los cerca de 170 árboles que sobreviven en Hiroshima -después de la bomba atómica- y en EAFIT hay uno de estos. Al comienzo se pensaba que era un bonsai y su reubicación requirió que fuera imposible sacarlo de la matera, por lo que se facturó el recipiente para poderlo ubicar en la tierra sin dañar sus raíces. Aunque tarde entre tres y cuatro años en crecer, se puede apreciar en inmediaciones de la portería de la 4 Sur.

Algunos eafitenses nos cuentan cuáles son sus árboles favoritos​

 


-Mis favoritos son los que están entre los bloques 32 y 39. Es una zona amena, fresca, tiene sombra y uno se puede parchar con los amigos a estudiar o a hablar”, Andrés López Jaramillo, estudiante de Administración de Negocios.



-Me gustan los árboles que están por la zona de la Casita de los Libros Libres. Me dan tranquilidad y paz. A veces me siento a leer o a compartir un tinto con mis compañeros”, Juan David Franco Espinosa, coordinador de Jardinería y Aseo.



-“Mi conjunto de árboles favoritos son los de afuera del café Converso, porque cambian el clima de la plazoleta, y en medio de ellos uno se siente como en un oasis de frescura, ponen todo más bonito, y vienen los
 pájaros y las ardillas”, Angie Palacios Sánchez, del Centro de Valor Público.



-“Me gusta el Guayacán Rosado al frente del bloque 29, a veces me tomo fotos con este”, Alejandro Ospina Vasco, estudiante de Contaduría Pública.

 

 

 -“Vengo todos mis descansos al bosque de bambú. Me relaja bastante, es poco transitado y tranquilo”, Cristian Camilo Agudelo Aguilar, profesional de la Dirección de Estrategia.

 





Educar para la sostenibilidad,
el reto de las u​​​niversidades


Esta columna de opinión fue publicada previamente en Vivir en el Poblado y sigue teniendo una gran relevancia en los tiempos actuales.

• La educación da forma a la sociedad y por ende está llamada a jugar un papel protagónico en el cuidado del planeta desde todas sus dimensiones. Por eso, uno de los retos a los que deben responder hoy las universidades es a educar en sostenibilidad, tanto desde el aprendizaje y la investigación, como en lo que tiene que ver con la proyección social y el relacionamiento con otros actores.

• A propósito del Día de la Tierra, que se conmemoró el 22 de abril, y de la apertura del curso Docencia universitaria para la sostenibilidad, Alejandro Alvarez, profesor de la Escuela de Ciencias Aplicadas e Ingeniería, y líder de esta iniciativa, nos comparte su reflexión sobre la importancia de esta apuesta institucional y cómo la vivimos en la U.

«Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el cual la humanidad debe elegir su futuro». Con esta afirmación comienza la Carta de la Tierra, publicada en el año 2000. Al revisarla hoy en los dos elementos que la componen (el momento crítico y la elección del futuro), nos encontramos con que es más relevante que hace veinte años. 

Por un lado, porque atravesamos una crisis más profunda: no solo debido a los impactos del COVID-19 en la salud, sino también por las consecuencias socioeconómicas que se derivarán de la pandemia y, peor aún, porque las amenazas que se perfilan a nivel mundial en relación con la crisis planetaria (encabezada por la emergencia climática y el colapso de la biodiversidad) han aumentado. Y en cuanto al llamado a que la humanidad eligiera su futuro, ¿qué podríamos decir hoy? Una respuesta optimista señalaría que, desde 2015, la humanidad se decidió explícitamente por la construcción de un futuro justo y en armonía con la naturaleza, es decir, que eligió el camino de la sostenibilidad. 

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) planteados por la ONU para el año 2030 representan una aproximación a una visión compartida sobre lo que la humanidad quiere que la caracterice en el futuro próximo: personas que vivan una vida digna, una economía global próspera, naciones en paz y dispuestas a cooperar, y un planeta sano. Sin embargo, la respuesta es «optimista» porque, a pesar de que los ODS están ahí como un norte acordado entre las naciones del mundo y aunque en Colombia existen esfuerzos por alcanzarlos, su sentido y su esencia todavía no se han enraizado con profundidad suficiente en nuestra cultura (en los estilos de vida, los valores, las tradiciones y las creencias). Es decir, hace falta incorporar con más fuerza en nuestros valores y paradigmas como sociedad, y en nuestra cotidianidad como individuos, la idea (o, más bien, el imperativo ético) de contribuir a forjar una sociedad justa y en armonía con la naturaleza. ¿Pero cómo dar lugar a una cultura para la sostenibilidad?

Según dice Cayetano Betancur en Una filosofía pedagógica, «después de aceptar que la educación tiene fines y que sin ellos no se concibe adecuadamente, la determinación de esos fines se vincula al problema del destino mismo del ser humano». Para este filósofo, la definición de los propósitos de la educación está ligada a la elección del futuro de la humanidad –del destino del ser humano– y, por ende, preguntarse para qué educar pasa por plantearse qué tipo de sociedad se desea. Justamente, y uniendo todo lo anterior, podríamos decir que la educación tiene como una de sus tareas (uno de sus fines) aportar a ese futuro sostenible que como humanidad hemos elegido (el destino del ser humano). 


En la educación encontramos respuesta a la necesidad de apropiarnos de la esencia de la sostenibilidad hasta el punto de que sea parte de nuestra cultura, pues, como señala Gabriel Jaime Arango Velásquez en su libro Valor social de la educación y la cultura, la educación es una herramienta que la sociedad históricamente ha usado para inculcar y orientar en cada persona «los principios, valores, actitudes y comportamientos que espera de ella, y la cultura que la identifica con el grupo». 

Esto va de la mano con las Reflexiones sobre educación, ética y política de Beatriz Restrepo Gallego. En ellas, esta gran filósofa explica que «la educación ha de ser entendida […] como autoformación integral tanto individual como social» y resalta que este en un proceso «para la vida (social, política y moral)». En otras palabras, mediante la experiencia educativa nos autoformamos en valores y damos orientación a nuestras actitudes y comportamientos para la vida como individuos y en sociedad, según –y dando lugar a– nuestra cultura.

La educación da forma a la sociedad y por ende está llamada a jugar un papel protagónico en los procesos de transformación cultural, como lo es la búsqueda de la sostenibilidad. También nos dice la maestra Restrepo que «la responsabilidad de la Universidad de aportar a la solución de los problemas de todo orden de la sociedad es ineludible». Precisamente los ODS nos entregan una lista de esos problemas (de todo orden) que enfrenta la humanidad: erradicar la pobreza y el hambre; garantizar la salud, el acceso a la educación y la equidad de género; asegurar la prestación de servicios (agua, energía, transporte, internet, etc.); generar empleo y reducir las desigualdades; buscar la paz y combatir la corrupción; y, por supuesto, regenerar y cuidar el planeta. Aparece entonces una primera conclusión: no es solo que las universidades puedan aportar a construir una cultura para la sostenibilidad: hacerlo es una responsabilidad ineludible.


La Unesco expresa claramente que se necesita «un replanteamiento del modo en que nos relacionamos los unos con los otros y del cómo interactuamos con los ecosistemas que sustentan nuestras vidas» y propone la Educación para el Desarrollo Sostenible (EDS) como vía para que las personas podamos «tomar decisiones fundamentadas y adoptar medidas responsables en favor de la integridad del medio ambiente, la viabilidad económica, y de lograr la justicia social para las

generaciones actuales y venideras, respetando al mismo tiempo la diversidad cultural». Con el ánimo de concretar estos propósitos, esta misma organización, en su recién publicada Hoja de ruta para la Educación para el Desarrollo Sostenible, invita a multiplicar los esfuerzos para que la educación conduzca al alcance de los ODS. Para esto se propone no solo dar a conocerlos, sino también revisar los ODS de manera crítica y contextualizada, y, sobre todo, movilizar acciones que nos acerquen a su alcance y, así, hacer del desarrollo sostenible una realidad. 

Aunque es necesario comprender que educar para un desarrollo sostenible va mucho más allá de enseñar a separar los residuos –a ahorrar agua al cepillarse los dientes, a apagar los focos, etc.–, es evidente que los asuntos de la dimensión ecológica son particularmente urgentes. Como ya se expuso, los ODS comprenden una gama amplísima de áreas y de retos que demandan atención desde todos los campos disciplinares; y si bien es comprensible que una disciplina sea más afín a unos objetivos que otra, no existe exclusividad disciplinar, sino que, al contrario, se invita a trabajar desde una perspectiva inter y transdisciplinar. De esta manera, desde cualquier área del conocimiento pueden hacerse aportes significativos a la solución de la crisis ecológica, pues el maltrato de los ecosistemas globales es resultado del modelo de civilización dominante (de las estructuras de los sistemas industrial y económico, de las formas de organización social). A la vez que la crisis ecológica es consecuencia de nuestro modelo de desarrollo, podría llegar a ser también la causa del colapso civilizatorio, pues pone en riesgo los beneficios sociales y económicos que como humanidad hemos alcanzado (y los que están aún por alcanzar). No es una exageración apocalíptica, es la realidad que nos rodea y que debemos reconocer y transformar. La pandemia que atravesamos lo ratifica: el COVID-19 es una enfermedad zoonótica causada por la degradación de los ecosistemas que puso de rodillas a la economía global y que desde ya está causando impactos sociales devastadores. La salud de los ecosistemas y de la humanidad van de la mano.

Es impostergable entonces incluir la variable ecológica en todas las disciplinas para comprender cómo abordar estos retos. No se trata de crear un curso de ecología y pare de contar: lo que se busca es relacionar los temas y los conceptos de las diversas disciplinas con aquello relevante en términos del entorno ecológico del que dependemos. Y, más allá de la perspectiva temática, la educación, si ha de ser útil para aportar a la sostenibilidad, debe reorientarse para fomentar en la juventud el desarrollo de competencias como el pensamiento sistémico (para reconocer diferentes interacciones), el pensamiento crítico (para cuestionar normas y reflexionar sobre los valores), la colaboración (para aprender de otros, y comprender y respetar sus necesidades y perspectivas), la autoconciencia (para reflexionar sobre el rol que cada uno tiene en la comunidad local y en la sociedad), entre otras. El desarrollo de estas competencias requiere modelos educativos que cuenten con estrategias pedagógicas por medio de las cuales se estimule no solo i) el dominio cognitivo de los estudiantes, sino también los dominios ii) socioemocional (por ejemplo, las habilidades de colaboración y de autoreflexión) y iii) conductual (las competencias de acción), que se estimulan por medio del aprendizaje activo y experiencial. Para lograr que los estudiantes desarrollen estas competencias, es obviamente indispensable que los docentes nos pongamos también en la tarea de actualizarnos de manera que podamos acompañar de una mejor manera los procesos de aprendizaje y potenciar las contribuciones de la investigación al desarrollo sostenible. Dicho sea de paso, se necesita un mayor acercamiento de las universidades a las comunidades para conocer los retos que enfrentan e incorporarlos en los ejercicios de investigación y de docencia.  


En la Universidad EAFIT, esta declaración se materializa de manera general su Propósito-Misión, “Somos una comunidad de conocimientos y saberes aplicados para la solución de problemas, en conexión con las organizaciones, que genera valor y desarrollo sostenible.” De manera más específica y en el ámbito ecológico, este compromiso se refleja en la oferta académica, así como en el concepto de Universidad Parque y en la gestión del campus en cuanto a

infraestructura, residuos, agua y energía. Un punto importante a resaltar es que entre los rasgos que deben caracterizar a la comunidad universitaria está el compromiso con el planeta. Este es otro otro gran impulso para continuar con las buenas prácticas existentes y aprovechar las grandes oportunidades que tenemos de seguir mejorando; ecologizar el currículo, formarnos como mejores docentes, y enverdecer más el campus, cambiar nuestros patrones de movilidad (responsables del 82% de la huella de carbono en 2019).

En conclusión, el reto que enfrentan las universidades de educar para el desarrollo sostenible se traduce en diversas tareas que atraviesan el aprendizaje (los contenidos, las metodologías) y la investigación, así como la gestión organizacional y de la planta física, y el relacionamiento con los demás actores de la sociedad; es, como puede verse, un propósito que abarca la institución completa. Toda contribución es necesaria y bienvenida.




El antiguo pasillo Junín
aún sigue con nosotros


​A la izquierda, el pasillo Junín antes de la demolición del techo. A la derecha se observa esta nueva zona en la actualidad. 

• Hace pocas semanas que volvimos a transitar por el pasillo Junín, después de que culminara el cerramiento por la construcción del Edificio de Ciencias. Y aunque algunos aspectos han cambiado, el antiguo sector continúa con nosotros, gracias a la reutilización que se hizo de los materiales que integraban su techo y columnas.

• Los 75 metros cúbicos de escombros, derivados de la demolición de 750 metros cuadrados de la antigua estructura, fueron reciclados para la fabricación de los pisos duros de los jardines que ornamentarán el edificio. Esta labor, adelantada por el equipo del Departamento de Planta Física de la U, busca reducir el impacto en el medio ambiente y disminuir el número de residuos que van al relleno sanitario.






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Una segunda oportunidad
para​ los usados: la sostenibilidad
en los hábitos de consumo


Esta iniciativa se repetirá en los siguientes semestres. La idea es llamar la atención sobre el fast fashion, un modo de consumo rápido que está generando mucha contaminación y desechos.  

• Los días 26 y 27 de abril, los estudiantes de la materia de Ecología, del Núcleo de Formación Institucional, realizaron la Feria de Segundas. En la Plazoleta del Estudiante la invitación fue a cambiar los hábitos de consumo y a pensar en las segundas oportunidades de la ropa y los objetos para cuidar más de nuestro planeta. 

• Los dineros recaudados en este espacio, así como algunos de los materiales que no se vendan, serán entregados a los trabajadores y las familias de Recimed, la cooperativa multiactiva de recicladores de Medellín, para ayudarlos a recuperar de las dificultades económicas derivadas de la pandemia por covid-19.


Última modificación realizada el 03/05/2023 14:29 por Natalia Lopez Soto