• Son muchos los significados que tiene esta palabra. El profesor Juan Carlos se refiere a algunas de las expresiones y contextos en las que se utiliza, incluyendo el que involucra la vida laboral.
• Para el docente las organizaciones son sistemas sociales en las que es inevitable los desacuerdos. Pero el problema no está ahí, sino en la manera como estos se manejen y el respeto que debe primar allí.
“No es posible tener placer sin vivir en forma sabia y de respeto a los demás” Epicuro.
Una expresión de la década de los 80, que hoy parece no escucharse con la frecuencia de entonces, rezaba: ‘Vámosle jalando al respetico’, diminutivo incluido, al mejor estilo paisa.
En esta frase la idea de respeto suena con un acento de autoridad -el que proviene de los mayores o los padres-, también de hacer valer los derechos, exigir respeto. Este no solo nos da esa idea, sino que se trata de una noción gruesa, difícil de coger, que da lugar a múltiples connotaciones.
La palabra respeto viene del latín ‘respectus’ que significa, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua (Drae) ‘atención o consideración’. Sin embargo, un diccionario de sinónimos (Océano) arroja un paquete inmenso de unos 45 significados, palabras equivalentes.
Algunos de ellos nos muestran, por ejemplo, que una actitud de respeto está en el plano de las relaciones de formalidad que tenemos: reverencia, cortesía, saludo -mostrar sus respetos-; deferencia o especialidad frente a algo o a alguien; incluso el respeto puede encumbrarse al nivel del homenaje. Otro grupo de significados nos lleva a vivirlo en el plano de la religiosidad: veneración, fervor, devoción.
Si bien las anteriores podrían acompañarnos en la cotidianidad de nuestras relaciones, para el mundo laboral y la vida organizacional, el entendimiento del respeto debe afinarse un poco más, en el contacto con los compañeros, subordinados, superiores e incluso con empleados y trabajadores que no conocemos.
Hace poco escuchaba al presidente de una importante compañía referirse al personal como a sus “compañeros de trabajo”, es decir, los veía como pares. Más importante que una declaración protocolaria, hacía énfasis, al momento de anunciar su retiro, en todo lo que había aprendido de ellos mediante el acto de la escucha, hoy especie en extinción.
A riesgo de caer en un prejuicio, los colombianos, por regla general, no hemos sido preparados para el manejo del conflicto; una muestra de esto es el largo conflicto armado que hemos vivido, del que aún no salimos.
Las organizaciones, por definición, son sistemas sociales, es decir, están compuestas por personas que interactúan en el desarrollo de su trabajo. Este se ve acompañado de afectos, emociones, afinidades, así como desencuentros. ¿Cómo es posible esto? De una manera simple, por el hecho de que en una organización puede haber tantos intereses como personas, existe la alta probabilidad de chocar. El problema no está en la colisión misma, bien porque se dé o porque se prevenga, sino en la manera como se maneje.
En principio, esto no debería ser un problema. Es más, podría llegar a convertirse en fuente de crecimiento personal y organizacional. El diálogo, el debate, el verdadero trabajo en equipo, la aclaración de los objetivos, los proyectos, los retos, el manejo de las crisis, las urgencias que a todos nos afectan. No es fácil, pero lo peor es no intentarlo. Este artículo no pretende exponer ninguna fórmula, ni una receta, más allá de algunas actitudes, que algunas se denominan valores.
El juego del respeto está impregnado de valores. En una palabra, de ética. Gabriel Jaime Arango, director de Docencia, nos recordaba los principios que alimentan esta y cómo se relacionan con el respeto. La integridad pasa por el respeto a sí mismo y por los demás, lo que se espera sea correspondido en reciprocidad.
Un valor en todas las direcciones
El respeto por nosotros, por lo que hacemos y por la Institución va más allá del sentido jerárquico de la relación jefe-subordinado. Es tan importante que debe entenderse como de 360 grados: hacia arriba, hacia abajo y hacia los lados; por qué no, transversalmente; en suma, en todas direcciones y sentidos; desde el presidente de la compañía hasta la señora que nos alegra el día con el café.
A veces se escucha decir de alguien que ‘es una persona de principios’. Cabría pensar que se trate de un individuo que incluya en su cartilla el principio del respeto por los demás, alimentado desde sus convicciones más profundas. Pero, además, un respeto ampliado a las cosas de las que nos servimos, hacia el ambiente y, de acuerdo con las creencias de cada quien, por la idea de la trascendencia.
En 2013 nos dejó uno de los grandes hombres que legó el siglo XX: Nelson Mandela. Uno de sus biógrafos, Richard Stengel, quien no lo desamparó durante tres años para ayudarle a escribir sus memorias, condensó las enseñanzas del gran líder. Una de estas es ‘tener un principio esencial’, lo que guarda una estrecha relación con el respeto según como lo entendió: “igualdad de derechos para todos, sin distinción de raza, clase o sexo”.
Una forma en que Mandela aplicó ese principio: más de la mitad de la permanencia de los 27 años que pagó de cárcel, entre 1962 y 1990, el líder los dedicó a estudiar y a conocer a los afrikáners, los colonizadores sudafricanos de origen holandés, quienes fueron sus verdugos.
Tres lustros de confinamiento los dedicó a aprender su lengua, sus costumbres y cultura, para luego entenderse y negociar con ellos. Lo sucedido en Suráfrica, de la mano de Mandela, hubiese sido difícil de entender sin esa noción de respeto.