La imaginación, el lugar de la Universidad
“La educación es el punto en el que decidimos si amamos al mundo lo bastante como para asumir una responsabilidad por él y así salvarlo de la ruina que, de no ser por la renovación, de no ser por la llegada de los nuevos y jóvenes, sería inevitable. También mediante la educación decidimos si amamos a nuestros hijos lo bastante como para no arrojarlos de nuestro mundo y librarlos a sus propios recursos, ni quitarles de las manos la oportunidad de emprender algo nuevo, algo que nosotros no imaginamos, lo bastante como para prepararlos con tiempo para la tarea de renovar un mundo común”.
(Arendt, H, Entre el pasado y el futuro, Barcelona, Península, 1996, p.208).
Amar la humanidad es estar dispuesto a aprender todos los días y, con ello, a tener el propósito de servirle en todo momento. Esta ha sido mi mayor motivación: encontrar los caminos y lugares desde donde pueda ofrecer mis capacidades a la generación de impacto social y valor público. Ese lugar privilegiado lo encontré, desde pequeña, en la educación, donde la curiosidad, el ingenio y la imaginación dan paso a la creación.
Aprender es descubrir un poco más el mundo que nos es ajeno en su inmensidad, es magia. Cuando
aprendemos a aprender poseemos “la técnica universal”, esa que nos permite abrir las puertas más difíciles y resolver problemas cotidianos o grandes desafíos, desarrollar proyectos, hacer preguntas e imaginar mundos todos los días.
Tal vez no fui la maestra a la que jugaba ser cuando era pequeña o al menos no como lo imaginé. Mi vida se abrió a otras formas de maestría, a esas que se desarrollan cuando nos emociona tratar de entender cómo funciona el mundo y qué debemos hacer para que funcione mejor, algo que la administración y la filosofía me han permitido vivir con plenitud. Hacer preguntas y responderlas, conectar teoría y práctica: transformar vidas.
En ese camino mi mayor alegría ha sido poder conectarme con los retos de la educación a través del diseño, la gestión y la gerencia de proyectos y empresas educativas y culturales. Esto me ha permitido comprender que, si potenciamos la educación con una estrategia clara, con capacidad gestora y con un liderazgo humanista, la fortalecemos como laboratorio de aprendizaje, innovación, encuentro en la diversidad y riqueza cultural para todos los estudiantes; el lugar donde el talento humano más valioso, como son los docentes e investigadores, tiene un ambiente propicio para la creación, la solución de problemas y la divulgación del saber. Desde allí, podemos imaginar y transformar el mundo constantemente.
Esa emoción es la que abrazo cuando pienso en el reto que significaría ser Rectora de la Universidad EAFIT. La oportunidad de conectar mi propósito personal con ese propósito institucional de inspirar personas e irradiar conocimiento para forjar sociedad y humanidad.
Imaginar juntos la transformación de la sociedad y del mundo, en un contexto que además le exige a la educación superior repensarse, es un desafío inminente. Ser aún más universales y globales, conectarse con la realidad y, especialmente, con la cuarta revolución, que va mucho más allá de la tecnología e implica una transición en el pensamiento y en los modos de aprendizaje.
Diversos estudiosos y corrientes de pensamiento se preguntan por el tema: Clayton M. Christensen, desde la universidad innovadora y disruptora; el Minerva Project, en Silicon Valley; las humanidades, el rol de las artes y su conexión con la ciencia, que reclaman pensadores como Martha Nussbaum, al referirse a una educación liberal, entre muchos otros, todos ponen sobre la mesa asuntos comunes que tocan lo académico pero, sobre todo, aluden
al propósito y la estrategia de la universidad, y a la manera como se gestiona la educación superior.
¿Cómo diseñar las universidades como organizaciones vivas, creativas y flexibles?, ¿cómo hacer que sean más audaces, atractivas y modulares?, ¿cómo enriquecer su ecosistema para que dialoguen mejor con el entorno, en términos de la economía, la ecología, la ciencia, la tecnología y los asuntos sociales y culturales?, ¿cómo lograr que sean plataformas abiertas para el mundo, que conjuguen el universo digital y presencial?, ¿cómo lograr que su propósito sea humanista, cultive la democracia y el desarrollo económico sostenible, con consciencia, compasión y empatía?
Toda la educación está llamada a transformarse, sobre todo porque el contexto ha cambiado y para la educación superior el mundo se hizo más veloz, más conectado, más dinámico y exigente, y, de alguna manera, las universidades están llamadas a superar las convenciones, imaginarse más allá de las normativas de excelencia, preguntarse sobre cómo mantener estándares de calidad y, a la vez, seguir innovando y ser relevantes para la sociedad. ¿Cómo ser los lugares donde se imagina el mundo?
Las universidades están rompiendo hoy sus fronteras territoriales, lo que fortalece su capacidad para ser escenarios de encuentro y conexión con el mundo, además de permitirles atender a la solución de problemas desde la omnipresencialidad. En este contexto, crece la competencia y se requiere mayor velocidad y audacia para convertir el conocimiento en productos, proyectos, patentes, soluciones y plataformas de desarrollo. Hoy las tendencias para la educación superior están definidas por el diseño y arquitectura modular de los currículos, el encadenamiento en los diferentes niveles educativos; las carreras a la medida, con certificados técnicos y ascenso en espiral hacia niveles más cualificados de formación; la participación en todo el proceso vital de las personas (lifelong learnig); la conexión con los problemas de la empresa, la economía, el Gobierno y la sociedad; una docencia investigativa que indague y conduzca al progreso individual a través de proyectos, preguntas y retos; y unas plataformas tecnológicas amplias y universales que interactúen con experiencias inspiradoras en el campus.
La educación superior se dirige, cada vez más, hacia ecosistemas de innovación integrados a la localidad, pero con un lenguaje universal, que estén insertos en las redes globales de conocimiento y que cultiven una ciudadanía planetaria humanista y sostenible. Se requiere una dinámica propia de empresas de conocimiento y contenidos de valor, con una clara focalización.
Por esto, pensar hoy en la estrategia de EAFIT, es pensar en un
ecosistema inteligente que conecta propósitos con conocimiento, a partir del diseño de una organización enfocada en la creación, la solución de problemas y la innovación para contextos cambiantes, desde un proyecto humanista y cultural. Los tiempos que corren nos exigen superar los planes detallados, con su larga lista de objetivos y metas, para enfocarnos en el propósito y en una estrategia dinámica que permite navegar con brújula, pero sobre todo con libertad y dinamismo, imaginando todos los días cómo anticiparnos al cambio y contribuir a la transformación. EAFIT, como empresa del conocimiento, tiene en sus seis escuelas la semilla que conecta lo humano con lo científico y que le permite crear tecnología, comprendida esta como la sinergia que genera saber y progreso, con sostenibilidad. Tiene el poder de transformar los liderazgos de la región y construir valor público.
La estrategia de EAFIT debe permitirle ser
el lugar para imaginar el futuro y transformar el presente, a partir de una propuesta de valor consistente.
Claudia Restrepo Montoya
Octubre de 2020