Opinión
¿Cómo logramos los científicos entender o estudiar el fenómeno de El Niño?
El fenómeno de El Niño es la variación climática producto del aumento de la temperatura del agua en el Pacífico central, y se manifiesta de diferentes maneras a lo largo del mundo: en algunos lugares llueve más y en otros menos.
• Las imágenes que hemos visto en las últimas semanas en los medios de comunicación hablan por sí solas: cerros, bosques y páramos en llamas, fauna local huyendo del fuego y más de 20 ciudades superando los récords de altas temperaturas producto del fenómeno de El Niño y el cambio climático.
• En esta columna de opinión la profesora Camila Martínez Aguillón, del área de Sistemas Naturales y Sostenibilidad de la Escuela de Ciencias Aplicadas e Ingeniería, nos comparte la respuesta a cuál es el rol de los científicos ante este desafío y nos ayuda a comprender qué es lo que está sucediendo en el país y en el mundo.
Ver las imágenes de los cerros en llamas es, sin duda, un panorama desolador para todos, no obstante, para ninguno debería ser sorpresa. La ciencia lleva muchos años prendiendo las alarmas para anticiparnos a momentos como este y señalando como la intensidad de estos eventos climáticos es consecuencias de acciones humanas. La ciencia nos permite ver patrones, comprender procesos y llegar a entender cómo podría verse nuestro futuro, y los incendios, el calor, la sequía y el aumento de las temperaturas, entre otros factores, es algo que, aunque desafortunado, los científicos simplemente ya estábamos esperando que ocurrieran.
El fenómeno de El Niño es, en términos sencillos, la variación climática producto del aumento de la temperatura del agua en el Pacífico central, y se manifiesta de diferentes maneras a lo largo del mundo; en algunos lugares llueve más y en otros lugares —como Colombia—, llueve menos. Lo contrario ocurre con La Niña, en la que la anomalía surge por una temperatura menor en las aguas de este mismo océano. Y tanto el fenómeno de El Niño como el de La Niña son variaciones climáticas que cada vez ocurren con mayor intensidad.
Aunque estas anomalías climáticas han existido en la historia de la Tierra durante muchísimo tiempo, la intensidad con la que ocurren, hoy, se le atribuye al cambio climático antropogénico. Es decir, al cambio que estamos ocasionando los humanos como resultado del uso de nuestros recursos energéticos.
Pero... ¿cómo logramos los científicos entender o estudiar el fenómeno de El Niño? Cada vez la tecnología nos está dando más datos que nos permiten entender mejor cómo funciona nuestro planeta. Las imágenes satelitales a nivel global tienen mayor resolución y frecuencia, hay satélites que pueden viajar alrededor de la Tierra hasta ¡16 veces al día! Las imágenes satelitales nos dan mucha información, por ejemplo, podemos medir si la vegetación está creciendo, si hay un mayor número de incendios, si la deforestación está aumentando, cómo se distribuyen las lluvias a través del planeta, o cuántos días consecutivos pasan sin que llueva en una región u otra, y todo esto se puede observar a lo largo de diferentes décadas, incluso se llegan a tener imágenes satelitales de los años sesenta.
Gracias a estos avances podemos estudiar lugares de los que antes se sabía poco, porque ahora, en buena parte, se estudian desde el cielo. Ese es el caso de nuestro país.
Aunque en Colombia el IDEAM ha incrementado en gran medida el número de estaciones meteorológicas, los satélites complementan esa información y nos permiten hacer mejores estimaciones. De este modo nuestros datos se vuelven más robustos y eso significa que cada vez tenemos más certeza sobre las predicciones que proponemos, y sobre el camino que falta recorrer para estudiar sobre lo que todavía no sabemos.
Los gobiernos y los grandes tomadores de decisiones deben escuchar a los científicos porque la ciencia va un paso adelante de estas catástrofes ambientales, y también quiere ir un paso adelante con las posibles soluciones. En este preciso instante, por ejemplo, además de estar atendiendo las emergencias que están ocurriendo a lo largo y ancho del país por la sequía y los incendios, también deberíamos estar preparándonos para el próximo evento de La Niña, que llegará con sus lluvias torrenciales y todas sus consecuencias.
En este momento, a través de la alianza 4U, en colaboración con la Universidad del Norte en Barranquilla, la Universidad ICESI en Cali y EAFIT en Medellín, nos dedicamos a estudiar cuáles podrían ser los ecosistemas más afectados en la región del Caribe y del Valle del Magdalena por causa del cambio climático y la variabilidad climática de los fenómenos de El Niño y La Niña.
Por medio del análisis estadístico de cientos y cientos de datos proveniente de imágenes satelitales, este trabajo nos está permitiendo poner el dedo en el mapa en aquellos lugares en donde nuestras predicciones muestran una mayor vulnerabilidad a los cambios climáticos que se aproximan en el futuro. También nos está llevando a concluir que son los bosques secos tropicales —como los que crecen cerca de Santa Fe de Antioquia— los que van a ser los más vulnerables al aumento de temperatura en el futuro próximo.
Hoy, desafortunadamente, los bosques secos tropicales están ya bastante degradados en Colombia ya que de su cobertura original solo queda el 8 por ciento. Y si a la pérdida de hábitat le sumamos el cambio climático, parece que la próxima catástrofe que tendremos será la desaparición de estos hermosos ecosistemas, con la tristeza de que no desaparecerá solo una especie, sino cientos o miles de ellas, especies que podrían ser nuestras fuentes de alimento o medicina en el futuro, o que indirectamente nos mantienen vivos en las ciudades.
Y, ¿cuál es la esperanza? Que hoy sabemos lo que puede pasar si no hacemos nada y si no actuamos ya. La esperanza es que, gracias a cientos de estudios y miles de científicos, sabemos que los bosques secos tropicales son resilientes y se pueden restaurar, y que existen procesos que, incluyendo a las comunidades locales, pueden promover la protección de estos ecosistemas.
No estoy hablando solo de sembrar árboles, aunque hay que, efectivamente, sembrarlos. También hay que saber qué especies se siembran, cuándo y en dónde y, ante todo, hay que trabajar de la mano con las comunidades locales para crear viveros comunitarios y sean estas, más adelante, quienes cuiden y monitoreen esos procesos de restauración. Sin el apoyo de los campesinos y las comunidades que habitan estos territorios rurales la restauración de los ecosistemas no funciona, y para que esta sea exitosa y perdurable en el tiempo debe recibir el apoyo de entidades externas como el gobierno y la academia.
Así que los invito a creer en el aporte que la ciencia puede ofrecernos para anticiparnos a los efectos del cambio climático. Los invito a volver la preocupación y la tristeza que hoy nos envuelve viendo los frailejones en llamas, en acciones para el futuro. Acciones que pueden ir desde ahorrar agua, disminuir la huella de carbono o consumir productos locales, hasta vencer la desinformación, cuestionando lo que leemos en internet todos los días.
Hasta el día de hoy la ciencia continúa siendo el mejor método que tenemos para comprender y admirar lo que existe en nuestro planeta. La ciencia es replicable, cuestionable y se basa en datos y, por eso, es la mejor fuente de información para entender estos grandes cambios ambientales a los que nos enfrentamos.
Existe algo bueno en todo esto que está pasando hoy con el fenómeno de El Niño y los incendios, y es que ya no podemos negar lo que está ocurriendo, el humo nos está llegando a las narices y eso nos tiene que hacer despertar y entender que no puede existir una empresa, un comercio y ningún proceso separado de la naturaleza. Hacemos parte de esta y sin ella no sobreviviremos.